viernes, 17 de diciembre de 2010

El Gozante - Manuel J. Castilla



El Gozante

a Ricardo Molinari

Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante.
El que bajo las nubes se queda silencioso.
Pienso: si alguno me tocara las manos
se iría enloquecido de eternidad,
húmedo de astros lilas, relucientes.
Estoy solo de espaldas transformándome.
En este mismo instante un saurio me envejece y soy leña
y miro por los ojos de las alas de las mariposas
un ocaso vinoso y transparente.
En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho.
De mi nacen los gérmenes de todas las semillas y los riego llorando con rocío.

Sé que en este momento, dentro mío,
nace el viento como un enardecido río de uñas y de agua.
Dentro del monte yazgo preñado de quietudes furiosas.
A veces un lapacho me corona con flores blancas
y me bebo esa leche como si fuera el niño más viejo de la tierra.

Miro los cachos del banano,
veo arañar sus dulces dedos de oro
y en las sandías
los genitales verdes del verano llenan mi corazón de poblaciones.
Siento que estoy tapado por luciérnagas
y que en mi pelo crece la niñez del relámpago.

Lo que pisa mi piel igual que arena lo traga para siempre.
La sombra de los pájaros es como un agua negra que acaricia mi nuca.
Una hormiga me deja su ají breve en la boca
y me voy a los tumbos en la noche
por el agujereado camino de los sapos.
¿Quién me arrima la paz de la tortuga?
¿Quién desempoza el tiempo de su cáscara?

Soy el que por la piedra lechosa del quirquincho
bebe en miel las abejas
como el rocío maduro de la música.
¿A dónde irán mis ojos llenos de hojas?
¿Por dónde en ellos vagará el cielo yéndose?

Me mira Dios y sé que aquí, yaciendo,
lo estoy haciendo despaciosamente.

De cara al infinito
siento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo.
Si se me antoja, digo, si esperase un momento,
puedo dejar que encima de mi ingles
amamante la luna sus colmillos pequeños.

Miren mis ojos cuando yo estoy pensando a ver si es que les miento.
Zorros la cola como cortaderas,
gualacates rocosos,
corzuelas con sus ángeles temblando a su costado,
garza meditabundas
yararás despielándose,
acatancas rodando la bosta de su mundo,
todo eso está en mis ojos que ven mi propia triste nada y mi alegría.

Después, si ya estoy muerto,
échenme arena y agua. Así regreso.

Junio, 1970

de Manuel J Castilla

sábado, 13 de noviembre de 2010

Jacobo Fijman, El Otro

El Otro

Tarde de invierno.
Se desperezan mis angustias
como los gatos;
se despiertan, se acuestan;
abren sus ojos turbios
y grises;
abren sus dedos finos
de humedad y silencios detallados.

Bien dormía mi ser como los niños,
y encendieron sus velas los absurdos!

Ahora el Otro está despierto;
se pasea a lo largo de mi gris corredor,
y suspira en mis agujeros,
y toca en mis paredes viejas
un sucio desaliento frío.

¡La esperanza juega a las cartas
con los absurdos!
Terminan la partida
tirándose pantuflas.

Es muy larga la noche del corazón.

Por Jacobo Fijman

viernes, 18 de junio de 2010

PACO


La pura verdad


Si ustedes lo permiten,
prefiero seguir viviendo.

Después de todo y de pensarlo bien, no tengo
motivos para quejarme o protestar:

siempre he vivido en la gloria: nada
importante me ha faltado.

Es cierto que nunca quise imposibles; enamorado
de las cosas de este mundo con inconsciencia y dolor
y miedo y apremio.

Muy de cerca he conocido la imperdonable alegría; tuve
sueños espantosos y buenos amores, ligeros y culpables.

Me averguenza verme cubierto de pretensiones; una gallina torpe,
melancólica, débil, poco interesante,

un abanico de plumas que el viento desprecia,
caminito que el tiempo ha borrado.

Los impulsos mordieron mi juventud y ahora, sin
darme cuenta, voy iniciando
una madurez equilibrada, capaz de enloquecer a
cualquiera o aburrir de golpe.

Mis errores han sido olvidados definitivamente; mi
memoria ha muerto y se queja
con otros dioses varados en el sueño y los malos sentimientos.

El perecedero, el sucio, el futuro, supo acobardarme,
pero lo he derrotado
para siempre; sé que futuro y memoria se vengarán algun día.
Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la
Cenicienta, aunque algunos

me recuerden con cariño o descubran mi zapatito
y también vayan muriendo.

No descarto la posibilidad
de la fama y del dinero; las bajas pasiones y la inclemencia.

La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado
por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta.

Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud
y en mi destino y en la buena suerte:

sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido
y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.

Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;
compartir este calor, esta fatalidad que quieta no
sirve y se corrompe.

Puedo hablar y escuchar la luz
y el color de la piel amada y enemiga y cercana.

Tocar el sueño y la impureza,
nacer con cada temblor gastado en la huida

Tropiezos heridos de muerte;
esperanza y dolor y cansancio y ganas.

Estar hablando, sostener
esta victoria, este puño; saludar, despedirme

Sin jactancias puedo decir
que la vida es lo mejor que conozco.


Del otro lado, Francisco Urondo

martes, 8 de junio de 2010

Balada del jinete muerto


Balada del jinete muerto de Conrado Nalé Roxlo


Ay, alazán, alazán
si llegaremos a tiempo.
Rojas traigo las espuelas
de tu sangre, compañero,
y mi blusa azul manchada
de sangre en el lado izquierdo.
¡Cómo resuena el camino
bajo tus cascos ligeros!
¡Si llegaremos a tiempo!...
Sólo tu sombra se alarga
por el suelo ceniciento.
Ay, que mi sombra no va
con la tuya, compañero.
Alazán, alazán mío,
no corras, que ya no es tiempo.

Cuando llegues a la casa
-¡Cómo me duele el recuerdo!-
oirás cantar la roldana,
te darán un cubo fresco,
y ella, de brazos desnudos,
irá a abrazarte gimiendo;
sus lágrimas correrán
con el sudor de tu cuerpo,
y oirás cantar a mis hijos
la canción del padre muerto.

Ay, alazán, alazán,
no corras, que ya no es tiempo.

lunes, 7 de junio de 2010

Horacio, Carminum IV, 3


Quem Tu, Melpomene, semel
nascentem placido lumine videris
illum non labor Isthmius
clarabit pugilem, non equos inpiger
curru ducet achaico
victorem, neque res bellica deliis
ornatum foliis ducem,
quod regum tumidas contuderit minas,
ostendet capitolio:
sed quae tibur aquae fertile prae fluunt
et spissae nemorum comae
fingent aeAeolio carmine nobilem.
Romae, principis urbium,
dignatur suboles inter amabilis
vatum ponere me choros,
et iam dente minus mordeor invido.
O testudinis aureae
dulcem quae strepitum pieri temperas,
o mutis quoque piscibus
donatura cycni, si libeat, sonum,
totum muneris hoc tui est,
quod monstror digito praetereuntium
romanae fidicen lyrae;
quod spiro et placeo, si placeo, tuum est.


Tú, Melpómene, una vez al que
al nacer observate con la luz plácida de tus ojos,
no haran célebre aquel luchador el juego
Istmico, no conducirá el fogoso caballo
en el carro de Acaya
vencedor, ni las artes bélicas exhibirá
al general adornado con hojas de Delos
porque ha humillado las amenazas henchidas de reyes
en el capitolio:
sino las aguas que riegan la fértil Tibur
y los densos follajes frondosos
darán forma noble en el canto Eolio.
La posteridad de Roma, la princesa de las ciudades,
juzga digno ponerme entre los coros
amables de sus poetas,
y ya me muerde menos con diente envidioso.
Oh Piérida, que templas
el dulce estrépito de la lira de oro.
oh Tú, que también darías el sonido del cisne
si quisieras, a los mudos peces,
lo esencial es un regalo de tí,
si soy señalado con el dedo de los que pasan
como el templador de la cítara romana;
que esté inspirado y agrade, si es que agrado, es por tí. *


Melpómene: musa que preside a la tragedia. La representan joven, de aspecto serio, ricamente vestida calzada con coturno, con cetros y coronas en una mano, y un puñal en la otra.

* versión de Gonzalo Sueiro

miércoles, 3 de marzo de 2010

Poemas Chinos

El Yangtsé

Poema

Con un manojo de blancos lotos
hurtados del lago
Regresa una doncella
remando en su pequeño bote.
No puede ocultar las huellas
porque la embarcación
A traves de los flexibles juncos
dibuja su delatora estella.

de PO CHÜ-I


Plática en los montes

Si me preguntases por qué habito
entre los verdes montes,
reiría en silencio;
mi alma está en calma.
El capullo del duraznero
sigue el movimiento del agua;
Hay otro cielo y otra tierra
más allá del mundo de los hombres.

de LI PO


Atardecer de otoño

Mientras el aire frío se desliza
debajo de la estera
y el desnudo muro de la ciudad
palidece con la luna otoñal,
veo un ánsar solitario
que cruza el Río de las estrellas,
y oigo en la noche, golpear
sobre las piedras
las mil mazas de lavar.
Pero en vez de desear que la estación
a medida que huye
me lleve también a mí,
encuerto tu poema tan hermoso
que me olvido del retorno
de las aves a sus nidos.

de HAN HUNG

martes, 2 de marzo de 2010

Wallace Stevens




Siempre puede haber un tiempo de inocencia.
Nunca existe un lugar. O si no existe un tiempo,
Si no es cosa de tiempo, ni de espacio,

Existiendo, a solas, en su idea,
En el sentido contra la calamidad, no es por ello
Menos real. Para el filósofo más frío y más anciano

Hay o debe de haber un tiempo de inocencia
Como puro principio. Su naturaleza es su fin,
Que debería ser y no ser a un tiempo, una cosa

Que estimula la piedad de un hombre piadoso,
Como un libro al atardecer, hermoso pero falso.
Como un libro al alba, hermoso y verdadero.

Es como una cosa de éter que existe
Casi como predicado. Pero existe,
Existe, y es visible, existe, es.

Así, entonces, estas luces, no son un hechizo de luz,
Un refrán caído de una nube, sino inocencia.
Inocencia de la tierra y no un signo falso

O un símbolo de malicia. Que participamos
De eso mismo, yacemos como niños en esta santidad,
Como si, despiertos, yaciésemos en la quietud del sueño,

Como si la madre inocente cantase en la oscuridad
De la habitación y en un acordeón ¡ apenas oído,
Crease el tiempo y el espacio en el que respirábamos...

Wallace Stevens, De "Las auroras de otoño" (1950)

miércoles, 24 de febrero de 2010

Poemas V



Viene y va. Combato su vuelo pútrido sobre la belleza septembrina.

En su intento por huir reduce su hambre a pequeños sorbos, migajas que desgarra apresuradamente procurando escapar de mi veneno que, pestilente, busca la mortal herida.
El rayo que no cesa. La muerte protectora que resguarda la belleza a su modo.
En los hálitos destilados de una solución que no perfuma pero mata, guarda la llave del nectar mismo que protege.
Busca por los rincones, esquiva, rehuye y vuelve a intentarlo. Pretende fingir que escapa, que su vuelo zigzagueante y de algun modo errático, es parte de su desaparición. Pero sólo se aleja para volver.
Procura hallar el intersticio, antes que su hambre la devore, para corromper la belleza
dejando su semilla en el interior mismo.
Ese es su método. Corroe desde el interior, desde lo más profundo con una paciencia de mar.

Entonces derramo por los alrededores de la belleza el aliento vital para su defensa.
Consumo sus espacios y ya no tiene oportunidad ninguna.
Su vuelo, agotado del infructuoso y terco intento por encarroñar lo bello, termina en la verde hoja calada.
Desde su visión compuesta de miles de ojos, todos en uno, me observan. Insulta en una lengua cifrada.
El díptero, posado en la hoja calada, exala agotada su imposibilidad por la aterida boca. Pretende volver pero ya no puede. Mi veneno exparcido ha derruido toda posibilidad.
Regresará mañana, como otra, para volver a la batalla.



por Gonzalo Sueiro

martes, 23 de febrero de 2010

Absolutamente Moderno


ADIOS


¡El otoño ya! ¿Pero por qué añorar un eterno sol, si estamos empeñados en el descubrimiento de la claridad divina, lejos de las gentes que mueren en las estaciones?
El otoño. Nuestra barca, alzándose en las brumas inmóviles, gira hacia el puerto de la miseria, la ciudad enorme con su cielo maculado de fuego y lodo. ¡Ah, los harapos podridos, el pan empapado de lluvia, la embriaguez, los mil amores que me han crucificado! ¡De modo que nunca ha de acabar esta reina voraz de millones de almas y de cuerpos muertos y que serán juzgados! Yo me vuelvo a ver con la piel roída por el fango y la peste, las axilas y los cabellos llenos de gusanos y con gusanos más gruesos aún en el corazón, yacente entre desconocidos sin edad, sin sentimiento... Hubiera podido morir allí... ¡Qué horrible evocación! Yo detesto la miseria.
¡Y temo al invierno porque es la estación de la comodidad!
A veces veo en el cielo playas sin fin, cubiertas de blancas y gozosas naciones. Por encima de mí, un gran navío de oro agita sus pabellones multicolores bajo las brisas matinales. Yo he creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. He tratado de inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Yo he creído adquirir poderes sobrenaturales. ¡Pues bien! ¡Tengo que enterrar mi imaginación y mis recuerdos! ¡Una hermosa gloria de artista y de narrador desvanecida!
¡Yo! ¡Yo que me titulara ángel o mago, que me dispensé de toda moral, soy devuelto a la tierra, con un deber que perseguir y la rugosa realidad para estrechar! ¡Campesino!
¿Estoy engañado? ¿Sería para mi la caridad hermana de la muerte?
En fin, pediré perdón por haberme nutrido de mentira. Y vamos.
¡Peto ni una mano amiga! ¿Y dónde conseguir socorro?


Sí, la nueva hora es, por lo menos, muy severa.
Pues yo puedo decir que alcancé la victoria: el rechinar de dientes, los silbidos de fuego, los suspiros
pestilentes, se moderan. Todos los recuerdos inmundos se borran. Mis últimas añoranzas se escabullen celos de los mendigos, de los bandoleros, de los amigos de la muerte, de los retardados de todas clases. ¡Si yo me vengara, condenados!
Hay que ser absolutamente moderno.
Nada de cánticos: conservar lo ganado. ¡Dura noche! La sangre seca humea sobre mi rostro, y no tengo cosa alguna tras de mí, ¡fuera de ese horrible arbolillo!... El combate espiritual es tan brutal como las batallas de los hombres; pero la visión de la justicia es sólo el placer de Dios.
Entre tanto, estamos en la víspera. Recibamos todos los influjos de vigor y de real ternura. Y a la aurora, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades.
¡Qué hablaba yo de mano amiga! Es una buena ventaja que pueda reírme de los viejos amores mentirosos, y cubrir de vergüenza a esas parejas embaucadoras -he visto allá el infierno de las mujeres-; y me será permitido poseer la verdad en un alma y un cuerpo


Arthur Rimbaud, de "una temprada en el infierno"

viernes, 19 de febrero de 2010

¿No cesará este rayo?


¿No cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperadas fieras
y de fraguas coléricas y herreras
donde el metal más fresco se marchita?

¿No cesará esta terca estalactita
de cultivar sus duras cabelleras
como espadas y rígidas hogueras
hacia mi corazón me muge y grita?

Este rayo ni cesa ni se agota:
de mí mismo tomó su procedencia
y ejercita en mí mismo sus furores.

Esta obstinada piedra de mí brota
y sobre mí dirige la insistencia
de sus lluviosos rayos destructores.

MIGUEL HERNÁNDEZ

jueves, 18 de febrero de 2010

Coplas de El Alma que pena por ver a Dios



Vivo sin vivir en mí
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.

En mí yo no vivo ya,
y sin Dios vivir no puedo;
pues sin él y sin mí quedo,
este vivir, ¿qué será?
Mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero
muriendo, porque no muero.

Esta vida que yo vivo
es privación de el vivir,
y así es contino morir
hasta que viva contigo.
Oye, mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero;
que muero porque no muero.

Estando ausente de ti,
¿qué vida puedo tener,
sino muerte padecer,
la mayor que nunca vi?
Lástima tengo de mí,
pues de suerte persevero,
que muero porque no muero.

El pez que del agua sale
aun de alivio no carece,
que en la muerte que padece,
al fin la muerte le vale.
¿Qué muerte habrá que se iguale
a mi vivir lastimero,
pues, si más vivo, más muero?

Cuando me empiezo a aliviar
de verte en el Sacramento,
háceme más sentimiento
el no te poder gozar;
todo es para más penar,
y mi mal es tan entero
que muero porque no muero.

Y si me gozo, señor,
con esperanza de verte,
en ver que puedo perderte
se me dobla mi dolor;
viviendo en tanto pavor,
y esperando como espero,
muérome porque no muero.

Sácame de aquesta muerte,
mi Dios, y dame la vida;
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte;
mira que muero por verte,
y de tal manera espero
que muero porque no muero.

Lloraré mi muerte ya,
y lamentaré mi vida
en tanto que detenida
por mis pecados está.
¡Oh mi Dios!, ¿cuándo será
cuando yo diga de vero
vivo ya porque no muero?

San Juan de la cruz, Poeta Místico