Cansado del amargo reposo en que mi pereza ofende
una gloria por la que otrora escapé de la infancia
adorable de los bosques de rosas bajo el azur
natural, y siete veces más cansado del duro pacto
de excavar cada víspera una nueva fosa
en el terreno avaro y yerto de mi cerebro
sepulturero sin misericordia para la esterilidad
-¿qué he de decir a esta Aurora, o Sueños, visitado
por las rosas cuando, por temor a sus rosas lívidas,
el vasto cementerio una los hoyos vacíos?
Quiero abandonar el Arte voraz de un país
cruel, y, sonriendo a los reproches envejecidos
que me hacen mis amigos, el pasado, el genio,
y mi lámpara que sin embargo conoce mi agonía,
imitar al chino de corazón límpido y fino
de quien el éxtasis puro es pintar el fin,
en sus tazas de nieve a la luna arrebatada,
de una extraña flor que perfuma su vida
transparente, la flor que ha olido, niño,
en la filigrana azul del alma que se injerta.
Y, la muerte tal como el único sueño del prudente,
sereno escogeré un joven paisaje
que pintaré aún en las tazas, distraído.
Una línea pálida y delgada de azur sería
un lago en medio del cielo de porcelana desnuda,
una clara media luna perdida por una blanca nube
empapa su cuerno sereno en el cristal de las aguas,
no lejos de tres grandes pestañas de esmeralda, cañas.
STEPHANE MALLARME